Sinopsis
Diferencio entre nacer y ser. Nací en Madrid un tres de julio a las tres de la tarde y soy, o más bien estoy hecho, desde hace más de sesenta años –sin entrar en detalles– de los lugares donde he vivido (Argentina, Ecuador, España, Reino Unido) o he visitado con insistencia (Colombia, México, Uruguay). Soy, obviamente, lo vivido, lo recordado o inventado incluyendo fracasos, sueños o costumbres. Desde hace más de veinticinco años dirijo Amnistía Internacional en España, una organización que defiende los derechos humanos. He escrito varios libros, pero siguiendo algunas opiniones muy sabias solo he publicado tres en los últimos cuarenta años: Marian o la muerte que no admite olvido en la Revista Cuadernos Hispanoamericanos bajo la dirección del difunto –pero no olvidado– poeta Félix Grande el año 1988; Derechos torcidos; tópicos, mentiras y medias verdades sobre pobreza, política y derechos humanos en la editorial Debate el año 2009; y La jodida intensidad de vivir en la editorial Vaso Roto el año 2018. También fui parte del proyecto ¡Oh! Dejad que la palabra rompa el vaso y lo divino se convierta en cosa humana, libro que recoge una muestra de las voces que ha ido conformando la colección de poesía de la editorial Vaso Roto. Ahora, con el apoyo y la fe de Huerga y Fierro, publicamos Agosto 2045. No se lo presento: están a un paso de empezar a leerlo. Venzan la timidez o la pereza. Me llamo Esteban Beltrán Verdes
En agosto alguien pensará en mí y habré resucitado, escribe Esteban Beltrán en esta rayuela lírica, en la que dialoga consigo mismo, con el lector y hace conversar a los poemas entre sí. El pretexto, en este caso, es la muerte. O las diferentes formas de morir, o de resucitar. Hay un constante memento mori en esta obra, pero por lo tanto hay tiempo para la vida. Por estos poemas, de estructura heterodoxa, circulan los ecos de un infarto paterno, de suicidios que tal vez no lo fueran, de la hilazón que juntan en un espacio sin ámbito y en un tiempo sin almanaques a los ancestros y a los descendientes, a los hijos y a ese largo botín de recuerdos y vivencias que hemos ido arracimando a lo largo de nuestras existencia: pasiones y ternuras, canciones o películas. El poeta ha creado una estructura compleja pero sus palabras van directas al corazón de sus lectores. Explican, sin duda, sus miedos, sobre todo a la senectud. Sin embargo, también ofrece la esperanza cierta de que morir sea, ya lo dejó escrito, una extraña forma de resurrección.
Juan José Téllez